sábado, 7 de febrero de 2015

Vámonos de aquí...

“VÁMONOS DE AQUÍ”

Antonio tenía la opción de seguir esperando a Sonia, sentado en la mesa de siempre dentro de aquél café, o bien retirarse y dar por terminado todo. Se había vestido con el traje y zapatos que ella le regaló semanas atrás. Tenía que reconocer que Sonia tenía un buen gusto para escogerle ropa. Hoy se había acicalado con más cuidado, quería que ella le viese con muchos detalles que los unían, incluso usaba esa loción cuyo aroma no era de su agrado pero que a ella le parecía sumamente sensual.
Una taza de café, llenada ya más de tres veces, era un testigo mudo de algo que se desvanecía a cada momento. Aquellos ojos pardos de viva mirada, se habían tornado opacos y frenaban la salida de lágrimas retenidas. Los ordenados cabellos habían cedido a los crispados dedos que pasaban sobre ellos repetidamente, buscando una calma que se extinguía al paso de cada instante. Los argumentos pensados ayer y cuidadosamente armados un rato antes se desbarataban en rincones extraños y se convertían en frases recortadas sin mayor sentido. Observó su reloj, las cinco menos cuarto, cuarenta minutos de retraso, nada, ni siquiera un mensaje por el móvil.
Una idea comenzó a merodear ¿Acaso  no puedo vivir cosas que sean realmente extraordinarias, fuera de lo común, de ésta monótona vida diaria?, ¿tengo que contentarme con lo que hay, una vida sin emociones? ¿Con una mujer que odia salir de su rutina? Comenzaron a caer gotas sobre la calle, las personas apretaban el paso abrochándose las chamarras y gabardinas y varios comensales del café se levantaban para emprender la salida, por la amenaza de una fuerte lluvia. El mundo se obscureció con la llegada de nubarrones negros acompañados de fuerte viento que acosaba peinados y faldas y obligaba a subir solapas. Antonio veía hacia la calle, sus pensamientos se evadían, se convertían en furtivos destellos que necesitaban negarse a sí mismos. ¿Podría haberle sucedido algo a Sonia?, se preguntó por tercera vez. Los peatones habían desaparecido de la calle sobre la que circulaban despacio numerosos automóviles desafiados por una torrencial lluvia. Ni hablar de salirse a la calle ahora, además no había prisa, había avisado a la oficina que no llegaría hasta el día siguiente. La cortina de agua sobre la calle capturó su mente en el  sonido constante y yacía un vacío, odio a la idea de volver a estar solo de nuevo.
-¿Gusta otra taza de café?
Aquella voz áspera le regresó al lugar en que se encontraba. El mesero, un hombre mayor, regordete, con el cabello plateado y enfundado en un uniforme en blanco y negro esperaba su respuesta. Miró la taza semivacía y asintió con la cabeza. En ese momento se percató de la mirada imprecisa de aquella mujer a dos mesas de la suya. Entrecruzaron miradas, ella estaba sentada sola, llevaba un vestido gris, un par de largas botas negras con las piernas entrecruzadas a la vista, fuera del mantel de la mesa; sus rasgos faciales eran finos, estaría en su cuarta década, los ojos grandes y de un color grisáceo, notorio, y se adivinaba un maquillaje cuidadoso si bien humedecido. La gabardina beige colgada sobre la silla de junto goteaba aún. El cabello corto de tonos obscuros, ese sí, había perdido el peinado original. Ella giró la cabeza y sacó un cigarrillo de la cajetilla sobre la mesa, lo encendió y dio una honda bocanada regresando a esa extraña mirada hacia Antonio, e hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza.
Antonio apenas se debatió con la pregunta de si valía la pena sostener la mirada a aquella mujer, no estaba de humor para intentar siquiera traducir la mirada o el gesto, tampoco de regresar a la razón por la cual se encontraba él en aquel lugar. Bebió un sorbo del café recién traído y peinó con la vista el sitio, ¿qué coños estoy haciendo aquí? Se sorprendió de que los recuerdos con Sonia en aquel lugar hubiesen desaparecido. No quedaba brizna alguna en imágenes que le arrancase algún sentimiento. Antonio se quedó mirando la puerta a la calle como un último intento de hacer que apareciese Sonia cruzando esa puerta de cristal. La lluvia era ya escasa. Nada.
Levantó la mano buscando al mesero para pedir la cuenta, volteó la cabeza y quedó sorprendido de ver que aquella mujer se había sentado ya en la silla contigua, en su mesa. Incluso tenía la gabardina húmeda sobre las rodillas y le veía extrañada, o así tradujo la extraña mirada que ahora le dirigía ella… Antonio no pudo contener la sonrisa franca que se le dibujó en los labios, «Vámonos de aquí».

***
 Llevaban más de dos horas caminando, cuando llegó el atardecer. Ella apenas hablaba sus respuestas eran cortas, si acaso un par de palabras al punto. Sin embargo Antonio la provocaba para escuchar esa voz sensual, la acosaba, sereno con preguntas que formulaba cuidadosamente:
- ¿Desde ese momento supiste que tenías cáncer? - Ella asintió con un gesto.
Buscaba piezas de ese rompecabezas que mediante gestos y escasas palabras lograba sacar de ella. Sabía ya su nombre, “Sirenia”, así como algo de su difícil vida habiendo quedado huérfana desde la niñez y tras la muerte de su abuela haber pasado años en un orfanato. No tenía familia alguna. No entendía aún en qué trabajaba, había mencionado una agencia de modelos pero nada muy concreto. También mencionó haber ido, días atrás, a hacerse análisis y las palabras tumor y ganglios. Y se tocaba el cuello dando a entender que era ahí donde se encontraba algo, ese algo que evitaba que ella pudiese hablar con fluidez. Antonio se había ofrecido a acompañarla a donde ella quisiera ir, de modo que era ella quien marcaba la dirección de aquel largo paseo. Él había resumido su vida, procuró poner humor en los eventos que narraba intentando con ello sacarle con éxito esas sonrisas en los ojos y labios que lo tenían fascinado, al igual que el tono de voz de aquella misteriosa mujer, esa voz le recordaba la de alguna de aquellas mujeres famosas de las películas de su juventud, sin embargo no acertaba a identificar cuál de ellas tenía una voz semejante.
Ella se detuvo, sacó un manojo de llaves del bolsillo de la gabardina y le indicó con el índice el segundo piso, habían llegado a su casa, un pequeño edificio de tres pisos. Hizo un gesto con ambos brazos invitándole a subir. Antonio asintió, quería saber más de aquella mujer. Toda ella tenía un carisma que le resultaba sumamente intrigante, atractivo.
El departamento era ciertamente práctico, un recibidor amplio con cómodos sillones de piel alrededor de una mesa de cristal; plantas y algún librero, cuadros al óleo sobre una pared de corcho color tierra, con un amplio ventanal a la calle. El lugar era cálido y de buen gusto, conectado con una barra a una cocineta integral muy bien organizada junto a la cual había una puerta entreabierta tras la cual se divisaba una amplia habitación que debía tener un baño anexo.
Ella le ofreció una copa de vino y ambos se sentaron en uno de aquellos cómodos sofás. Antonio le expreso su agrado por el buen gusto que denotaba aquél lugar. Ella depositó su copa sobre la mesa, se puso en cuclillas sobre el sofá y atrajo con suavidad la cara de Antonio estampando sus labios sobre los de Antonio. Comenzó así el anochecer, Antonio sintió la paulatina relajación en todo el cuerpo, se dejó ir y experimentó una gama enorme de sensaciones mientras Sirenia le desembarazaba de la ropa y realizaba extrañas caricias en cada palmo de su piel, no hubo espacio que no tocaran aquellas manos en las que adivinaba alguna crema o pomada. Acto seguido ella se quitó la ropa con prisa y pudo advertir, o sería mejor decir, que pudo admirar un cuerpo espectacular. Ella volvió a llenar las copas y acercó una de ellas a los labios de Antonio, derramando su contenido por todo el cuerpo de aquel hombre cuya piel comenzaba a hormiguear y cuyo sentido de la vista se perdía en un vértigo de gradual obscuridad, no así las sensaciones arrebatadoras de aquellas curiosas y extrañas caricias sobre todo su cuerpo. Sirenia se montó sobre el cuerpo de Antonio e introdujo el miembro erecto en la vagina, eso disparó la mente de Antonio que jugaba con él, una brutal gama de imágenes extrañas surgieron de la nada, dragones, valles que sobrevolaba sin cuerpo alguno, cuevas en las que se introducía con velocidad y llevaban a confines extraños, paisajes de bóvedas de cielos violáceos, mares obscuros en la lejanía; dragones que le acompañaban en ese vuelo incorpóreo. Pasaba de un calor infernal al frío, la piel y el vientre se convulsionaban con latigazos de energía. Seres de luz en reunión bajo los bosques de árboles con follajes naranjas y rojos, paisajes inconcebibles, ciudades, pueblos y valles bajo y sobre su cabeza…

* * *
Abrió los ojos, el corazón le latía con velocidad. Estaba tumbado en el sillón del recibidor, desnudo. Se sentía apaleado. Respiró profundo y regresaba a un estado digamos normal. Se incorporó y entendió que estaba solo en aquel lugar. Recogió su trusa y pantalón y comenzó a vestirse. Trató de recordar cómo había llegado allí, repasó cada detalle, la imagen de Sirenia, desnuda le provocó de nuevo una excitación. ¿Qué diablos contenía ese vino? Su mente se estabilizaba, entendía bien dónde se encontraba. Recogió del suelo su camisa y un objeto llamó su atención, había un papel con algo escrito sobre la mesa de cristal. Lo tomó y comenzó a leerlo:
«Antonio, o Luwe, que es tu verdadero nombre. Quiero disculparme contigo por varias cosas. Me explico: primero que nada te pido perdón por haber escuchado en forma deliberada tus pensamientos en aquel café, lo confieso lo hice a propósito, pero tenía que saber si estabas bien con esa nueva vida que tenías en el mundo humano. Tu mente me dijo que no era así. Tú no sabes, por haber elegido irte a ese lugar en el que deseabas tener una vida tranquila, distinta en tantas cosas al que vivías con nosotros, quien eres en realidad. No lo recuerdas, porque eso es parte de las reglas para abandonar este otro espacio. Ahora te sentí triste, desesperanzado, sin algo que diese un sentido a tu existencia. Te confieso que me alegra haber hecho lo que hice anoche. Te he extrañado tanto. Te ofrezco que puedas regresar con nosotros, conmigo. Y sí, aquí hay tantas convulsiones que la vida está muy lejos de ser tranquila, estamos siempre defendiendo nuestros espacios de las agresiones de otros seres. Si así lo decides basta que vayas a la recámara y te pares frente al espejo que hay en la pared, cierres los ojos y los abras después de unos segundos, entonces veras este sitio de nuevo. Atraviesa el espejo, yo te esperaré, si decides regresar, en el pequeño bosque bajo la colina azul, en nuestro lugar de siempre. Te amo, Sirenia.»
* * *
-¿Es una broma? ¡Otro mundo! No sé qué me habrá dado esa mujer en la bebida, pero esto es ridículo -se dijo a sí mismo. Entró a la cocina, puso a calentar agua, buscó algo de café, azúcar y esperó a que se calentase el agua lo suficiente. Su mente volaba, sería acaso posible que sea real todo eso, no lo creo. Anoche aluciné, no cabe duda, ¿será? Comenzó el hervor del agua, buscó una taza, se hizo un café, le dio un sorbo revitalizador… ¿Será?

Abrió la puerta de la recámara, no había muebles, no había tampoco entrada alguna a un baño. Que extraño, una casa sin baño. Vio el espejo colgado del muro adyacente a la entrada, frente a la ventana. Caminó unos pasos hasta encontrarse frente a él. Nada raro sucedía, tomó un nuevo sorbo de café, el vapor que salía de la taza hizo que cerrase los ojos mientras bebía. Los abrió de nuevo, se vio a sí mismo solo que detrás de él había un valle, bosques y montañas, como en una película de ficción, una escena de un paisaje encantador. Le entró la duda, ¿que vería si miraba detrás de él? Lo abrazó el temor, pero decidió hacerlo, girar la cabeza… la ventana y afuera la ciudad de Buenos Aires. Volvió a ver el espejo, seguía estando allí ese paisaje de cuento de hadas. ¿Qué hacer? Acercó la mano a la superficie del espejo y ésta lo atravesó. Respiró hondo y se dijo «Vámonos de aquí» mientras atravesaba con todo el cuerpo el espejo...

domingo, 1 de febrero de 2015

Diálogo muy breve...

Sería mediodía y el sol estaba en su cúspide. Pedro Matías, el mayor de los hijos de Gonzalo Araiza, y su hermano, el pequeño Chava, lo habían alcanzado casi en el centro de la milpa, los maizales estaban ya crecidos y asomaba el cuitlacoche en las hojas de algunas mazorcas. Aquello parecía una jungla casi impenetrable entre las varas de maizales. En su desesperación por escapar el sargento mayor Gildardo, destacado en el cuartel de la zona, había tropezado entre las yerbas viejas que habían brotado, cuando no se las limpia bien antes de la siembra.
El tropiezo del militar había empujado en su caída varias plantas y se había formado un minúsculo claro entre las varas aplastadas. Pedro se le acercó por el lado izquierdo, y Salvador por el derecho, ambos blandían los machetes que, si bien hacían juego con la dureza del gesto de aquellos campesinos, contrastaban con la blanquecina tela de manta de sus ropajes.
—Si serás cabrón, pinche sardo —le soltó Pedro, un hombre moreno de escasos treinta años, con un tupido bigote y los ojos rojos de ira.
Gildardo estaba lívido y procuraba empujarse con las botas, aferrándose con las manos a lo que hubiese detrás, el pánico dibujaba muecas en su semblante.
— ¡No es cierto! ¡Yo no la violé! —dijo con dificultad ante el temblor de boca y respiración.
—No te hagas, te vieron llevártela, pendejo.
— ¡Agárramelo Chava! Vamos a enseñarle aquí al sargento que con nuestra familia nadien se mete; además, ya nos deben muchas los sardos que se la pasan jodiendo a las familias del pueblo.
Chava se le acercó con el machete por delante y le puso la punta sobre el vientre. El sargento se quedó inmóvil ante el borde del filo que rasgó la camisa roja que traía ya manchada y hecha girones en los brazos. Tenía los ojos saltones de pavor y todo él temblaba.
—Tienen que cre…erme, cuando la vi en el suelo llorando… ya se había ido…el que le hizo eso —la temblorina apenas dejaba entender sus palabras—. Yo solo la… la quería ayudar… y cuando me agaché… vi que ella te…nía sangre en el vientre.
— ¿Crees que sea bueno que lo hagamos aquí Pedro? Esta es tierra de los Maldonado. Ya sabes que don Miguel es mu cabrón. Él y Apá no se llevaban… ¿Y si nos lo llevamos p´allá —señalando con el índice hacia el frente-, hacia el lote de Emiliano? El sí nos haría el paro —hizo una breve pausa y añadió—. Puf, éste ya huele a mierda, a miedo y a miados.
Pedro clavó el machete en el suelo, sacó un cigarro sin filtro del bolsillo de la guayabera y lo encendió con un cerillo que frotó contra la funda del machete. Dio una larga bocanada y sacó despacio el humo, se alisó el bigote con la otra mano, mientras meditaba en las palabras de Chava.
— Ya mátalo, por cobarde.
— A que la chi… ¿Por qué yo?
— Porque yo me estoy fumando mi cigarro.
— Ta güeno pues —y levantó el brazo con el machete, lo sostuvo unos momentos en vilo, cuando repentinamente se oyeron voces y risas detrás de ellos, provenían de la milpa, a unos quince o veinte metros de distancia. Chava se detuvo y bajó el machete. El militar estaba todo trabado, como en trance; todo él era un temblor, ni siquiera pudo emitir sonido alguno, mucho menos gritar.
— ¡Ya mátalo te dije!

Y Chava le obedeció, le pegó tres machetazos, uno en el cuello y dos en el vientre. La sangre brotó. Pedro tomó su machete y se metió por la milpa detrás del cuerpo sangrante que aún se agitaba por las heridas. Chava pasó por una de las varas su machete, para limpiarlo de sangre, y enfiló con rapidez tras los pasos de Pedro. 

¿QUÉ OCURRIÓ CON LAS CARTAS DE ZORIÓN? por Julio Iñaki Zuinaga Bilbao

¿QUÉ OCURRIÓ CON LAS CARTAS DE ZORIÓN? por Julio Iñaki Zuinaga Bilbao : Libro de intriga ante la posible existencia de un mundo paralelo; ca...