Apenas despertar, tal vez por el
frío de las losetas al bajar de la cama, el pie derecho de René se acalambró,
los cinco dedos sufrían un encorvamiento hacia adentro y estaban absolutamente
rígidos. Como solía padecer de calambres en temporada de frío no fue algo tan
imprevisto, si bien nunca había sucedido con los cinco dedos en forma
simultánea. Comenzó a frotar la parte superior del empeine que era normalmente
el punto en donde se encuentran los nervios y el paso principal de las venas.
En esta ocasión fue muy lenta la recuperación, frotaba con la punta del dedo
pulgar de la mano en forma circular en la zona, la presión que ejercía era
firme pero sin poner demasiada fuerza. Finalmente fueron cediendo los tendones
y los dedos comenzaron a relajarse. El dolor se reproducía en parte en la zona
interna de la pantorrilla, por lo que procuró distender con ambas manos los
músculos de la misma. Si bien todo parecía relativamente normal ahora había una
secuela de un dolor ligero al interior de la parte inferior de la pierna.
René
se aventuró a intentar erguirse a un costado de la cama. Por unos momentos
parecía que regresaba el calambre y uno de los dedos del pie comenzó a
tensarse. Como estaba ya de pie optó por poner encima de los dedos la planta
del pie izquierdo, para sobar y ejercer peso sobre esa zona. Respiraba hondo,
inflando los cachetes y sacando despacio el aire, ignoraba si eso servía pero
era como un acto reflejo.
Notó que la frente sudaba en
frío, algún mecanismo interno del cuerpo aunado al temor que trajo consigo el
calambre inicial habían provocado ese sudor, y lo más probable era que también
hubiese palidecido la cara. Cómo ratificarlo si el espejo más próximo estaba a
varios metros. El teléfono de la sala sonó varias veces. Dejó que sonara, prefería
evitar moverse hasta la sala y provocar el regreso del calambre. Plantó ambos
pies sobre la loseta, flexionó varias veces las rodillas para forzar los
músculos de los dedos de ambos pies, todo iba bien, no había dolor ni la
sensación de calambre alguno.
Observó el reloj en la pared
enfrente de la cama, tenía tan solo escasos quince minutos para vestirse y
salir rumbo a la oficina. Dio varios pasos y tan solo había ese leve dolorcillo
que deja tras de sí una sorpresiva tensión o inflamación repentina en músculo o
tendón. No tenía tiempo ya para un baño, de manera que comenzó a vestirse con
velocidad, todo iba bien hasta el momento de amarrarse los zapatos. Sintió la
llegada muy gradual de algún musculo que se tensaba. Apoyó el pie, con todo y
zapato sobre el piso y volvió a hacer genuflexiones con ambas piernas.
Había
logrado detener la sensación. Volvió a respirar hondo inflando los cachetes y
soltando despacio el aire. Hubo algo de relajación de los nervios, los cuales comenzaban
a dar latigazos con la prisa, el tiempo que ya había transcurrido, cada segundo
parecía escaparse, sin poder asirse a ellos. Meditó por unos momentos, sería
ilógico aventurarse en manejar el automóvil. Un regreso de ese tipo de calambre
podía resultar complicado para controlar el vehículo. Tendría que tomar el
microbús, afortunadamente pasaban constantemente justo afuera de la casa, y esa
ruta lo llevaba directamente a la oficina.
«¡Carajo,
por qué razón soy tan necio en seguir fumando y comiendo carnes casi crudas, y
de cerdo además! Aun sabiendo que mis niveles de colesterol son altos, idiota,
necio, estúpido» —Pensó
René en tanto se aproximaba a la parada de autobús.
En esos malos tratos y
auto-flagelos estaba cuando se abrió la puerta del microbús. No menos de cinco
o seis personas se agolparon para intentar subir ya que la Combi volkswagen del
año del caldo se veía medio llena. Como estaba al frente cuando llegó, se
sintió empujado hacia adentro de la vagoneta. No había asiento alguno libre,
sin embargo un joven que intuyó algo en los gestos del rostro de René se
levantó y le cedió el asiento. Se acomodó lo mejor posible y le hizo un gesto
de agradecimiento al joven con la mano. La Combi reinició su marcha y todo
parecía ir sobre ruedas. No fue sino a escasas dos calles del edificio de la
oficina, cuando la vagoneta hizo un giro imprevisto que obligó a un brusco
movimiento de los pasajeros lo que detonó un nuevo calambre, esta vez justo en
la planta del pie. El arco del pie se puso rígido y el dolor crecía y subía por
la pierna. René pidió ayuda a las personas que estaban más cercanas para ponerse
en pie y poder lidiar con el dolor. El mismo chico que le había cedido el
asiento le ayudo a ponerse de pie. La vagoneta se acercaba al edificio donde
estaban las oficinas.
—En la siguiente esquina por
favor.-Le solicitó al chofer.
Se abrió la puerta al llegar a la
esquina y el joven, adivinando el dolor en el rostro de René, bajó antes que él
y le ayudó a descender despacio. Nadie chistó siquiera, entendían que René
tenía problemas con su pierna en esos momentos. Una vez que estuvo parado
afuera del vehículo, el mismo joven se ofreció para ayudarle a llegar a su
oficina, a lo que René se negó. Le agradeció y le vio subir de nuevo a la
vagoneta.
La entrada al edificio quedaba a
escasos veinte metros de donde estaba parado. Junto a él había una banca en la
caseta del paradero de autobuses. El dolor no había desaparecido si bien había
menguado. Optó por sentarse en la banca mientras lidiaba con el calambre. Se
quitó el zapato y comenzó a sobarse la planta del pie, la cual estaba
exageradamente sensible. Tomó del bolsillo de la camisa su teléfono móvil y
marcó un número.
—Buen día, está usted hablando a laboratorios
Sensagen, ¿en qué puedo servirle?
—Anita, soy René, ¿Podrías pedirle a Helena si puede bajar
a ayudarme para subir a la oficina?, me duele mucho una pierna. Estoy sentado
en la banca de los autobuses.
—¡Claro licenciado! Ahora mismo le digo.
Un par de minutos y una sobredosis de masajes
después, se apareció Helena:
—Licenciado, ¿qué le sucedió?
—Llevo ya un buen rato con un calambre en el pie. ¿Me
ayudarías a subir?
—¿Lleva mucho con eso?
—Más que lo suficiente para hacer del calambre un
amigo. Por favor ayúdame.
—Mmm… no le aconsejo que se presente ahora allá arriba.
Están los auditores de Impuestos y llegaron con la espada desenvainada. Le hablé
a su casa pero al parecer ya no estaba…
René se llevó la palma de la mano a la cara; el estómago se había
encogido y un sabor ácido subía por el esófago. “¡Menudo día!”
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