Al tiempo que ella ponía la vista en aquel ventanal y perdía
la mirada en el firmamento, una lágrima se asomó en sus ojos... Todos aquellos
momentos turbaron su mente en tropel; golpeaban la memoria y ensartaban con
afilados cuchillos el corazón. El aire marino batía las blancas cortinas del
ventanal, y los ondulantes movimientos la transportaban, irremisiblemente, a toda
la sensualidad de la que ella misma jamás se había sentido capaz de expresar,
de irradiar. De no ser por las destrezas de las enseñanzas de aquel individuo
que le había robado todo, su alma entera...
Debajo de la cama, permanecía insumiso aquél pedazo de
memoria, un cordel atado al papiro, sobre el cual él había plasmado aquel
dibujo en tinta. Había impregnado su imagen indeleble, de tantos momentos, cuya
intensidad aún resultaba insoportable. Tantas ansias contenidas, todo el sopor
que penetra por aquel ventanal y que se aúna al calor de cientos de recuerdos, tantas
veces.. tantas veces que se aprendía a degustar cada toque de piel. Tantas
provocaciones, sensaciones nuevas, abrumadoras. Y todo lo que queda físico es
aquél papiro, aquella imagen esbozada, aquellos rasgos encerrados bajo la cama.
Quedaba también, esa satisfacción de reconocerse capaz de ser mucho más de lo
que se pensaba a sí misma; esa sorpresa de reconocerse, más allá de lo que se
pensó jamás.
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