“VÁMONOS DE AQUÍ”
Antonio tenía la opción de seguir esperando a
Sonia, sentado en la mesa de siempre dentro de aquél café, o bien retirarse y
dar por terminado todo. Se había vestido con el traje y zapatos que ella le
regaló semanas atrás. Tenía que reconocer que Sonia tenía un buen gusto para
escogerle ropa. Hoy se había acicalado con más cuidado, quería que ella le
viese con muchos detalles que los unían, incluso usaba esa loción cuyo aroma no
era de su agrado pero que a ella le parecía sumamente sensual.
Una taza de café, llenada ya más de tres veces, era
un testigo mudo de algo que se desvanecía a cada momento. Aquellos ojos pardos de
viva mirada, se habían tornado opacos y frenaban la salida de lágrimas
retenidas. Los ordenados cabellos habían cedido a los crispados dedos que
pasaban sobre ellos repetidamente, buscando una calma que se extinguía al paso de
cada instante. Los argumentos pensados ayer y cuidadosamente armados un rato
antes se desbarataban en rincones extraños y se convertían en frases recortadas
sin mayor sentido. Observó su reloj, las cinco menos cuarto, cuarenta minutos
de retraso, nada, ni siquiera un mensaje por el móvil.
Una idea comenzó a merodear ¿Acaso no puedo vivir cosas que sean realmente
extraordinarias, fuera de lo común, de ésta monótona vida diaria?, ¿tengo que
contentarme con lo que hay, una vida sin emociones? ¿Con una mujer que odia
salir de su rutina? Comenzaron a caer gotas sobre la calle, las personas
apretaban el paso abrochándose las chamarras y gabardinas y varios comensales
del café se levantaban para emprender la salida, por la amenaza de una fuerte lluvia.
El mundo se obscureció con la llegada de nubarrones negros acompañados de
fuerte viento que acosaba peinados y faldas y obligaba a subir solapas. Antonio
veía hacia la calle, sus pensamientos se evadían, se convertían en furtivos
destellos que necesitaban negarse a sí mismos. ¿Podría haberle sucedido algo a
Sonia?, se preguntó por tercera vez. Los peatones habían desaparecido de la
calle sobre la que circulaban despacio numerosos automóviles desafiados por una
torrencial lluvia. Ni hablar de salirse a la calle ahora, además no había
prisa, había avisado a la oficina que no llegaría hasta el día siguiente. La
cortina de agua sobre la calle capturó su mente en el sonido constante y yacía un vacío, odio a la
idea de volver a estar solo de nuevo.
-¿Gusta
otra taza de café?
Aquella voz áspera le regresó al lugar en que se
encontraba. El mesero, un hombre mayor, regordete, con el cabello plateado y
enfundado en un uniforme en blanco y negro esperaba su respuesta. Miró la taza
semivacía y asintió con la cabeza. En ese momento se percató de la mirada
imprecisa de aquella mujer a dos mesas de la suya. Entrecruzaron miradas, ella
estaba sentada sola, llevaba un vestido gris, un par de largas botas negras con
las piernas entrecruzadas a la vista, fuera del mantel de la mesa; sus rasgos
faciales eran finos, estaría en su cuarta década, los ojos grandes y de un
color grisáceo, notorio, y se adivinaba un maquillaje cuidadoso si bien
humedecido. La gabardina beige colgada sobre la silla de junto goteaba aún. El
cabello corto de tonos obscuros, ese sí, había perdido el peinado original.
Ella giró la cabeza y sacó un cigarrillo de la cajetilla sobre la mesa, lo
encendió y dio una honda bocanada regresando a esa extraña mirada hacia Antonio,
e hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza.
Antonio apenas se debatió con la pregunta de si
valía la pena sostener la mirada a aquella mujer, no estaba de humor para
intentar siquiera traducir la mirada o el gesto, tampoco de regresar a la razón
por la cual se encontraba él en aquel lugar. Bebió un sorbo del café recién
traído y peinó con la vista el sitio, ¿qué coños estoy haciendo aquí? Se sorprendió
de que los recuerdos con Sonia en aquel lugar hubiesen desaparecido. No quedaba
brizna alguna en imágenes que le arrancase algún sentimiento. Antonio se quedó
mirando la puerta a la calle como un último intento de hacer que apareciese
Sonia cruzando esa puerta de cristal. La lluvia era ya escasa. Nada.
Levantó la mano buscando al mesero para pedir la
cuenta, volteó la cabeza y quedó sorprendido de ver que aquella mujer se había
sentado ya en la silla contigua, en su mesa. Incluso tenía la gabardina húmeda
sobre las rodillas y le veía extrañada, o así tradujo la extraña mirada que
ahora le dirigía ella… Antonio no pudo contener la sonrisa franca que se le
dibujó en los labios, «Vámonos de aquí».
***
Llevaban más
de dos horas caminando, cuando llegó el atardecer. Ella apenas hablaba sus
respuestas eran cortas, si acaso un par de palabras al punto. Sin embargo
Antonio la provocaba para escuchar esa voz sensual, la acosaba, sereno con
preguntas que formulaba cuidadosamente:
-
¿Desde ese momento supiste que tenías cáncer? -
Ella asintió con un gesto.
Buscaba piezas de ese rompecabezas que mediante
gestos y escasas palabras lograba sacar de ella. Sabía ya su nombre, “Sirenia”,
así como algo de su difícil vida habiendo quedado huérfana desde la niñez y
tras la muerte de su abuela haber pasado años en un orfanato. No tenía familia
alguna. No entendía aún en qué trabajaba, había mencionado una agencia de
modelos pero nada muy concreto. También mencionó haber ido, días atrás, a
hacerse análisis y las palabras tumor y ganglios. Y se tocaba el cuello dando a
entender que era ahí donde se encontraba algo, ese algo que evitaba que ella
pudiese hablar con fluidez. Antonio se había ofrecido a acompañarla a donde
ella quisiera ir, de modo que era ella quien marcaba la dirección de aquel
largo paseo. Él había resumido su vida, procuró poner humor en los eventos que
narraba intentando con ello sacarle con éxito esas sonrisas en los ojos y
labios que lo tenían fascinado, al igual que el tono de voz de aquella
misteriosa mujer, esa voz le recordaba la de alguna de aquellas mujeres famosas
de las películas de su juventud, sin embargo no acertaba a identificar cuál de
ellas tenía una voz semejante.
Ella se detuvo, sacó un manojo de llaves del
bolsillo de la gabardina y le indicó con el índice el segundo piso, habían
llegado a su casa, un pequeño edificio de tres pisos. Hizo un gesto con ambos
brazos invitándole a subir. Antonio asintió, quería saber más de aquella mujer.
Toda ella tenía un carisma que le resultaba sumamente intrigante, atractivo.
El departamento era ciertamente práctico, un
recibidor amplio con cómodos sillones de piel alrededor de una mesa de cristal;
plantas y algún librero, cuadros al óleo sobre una pared de corcho color
tierra, con un amplio ventanal a la calle. El lugar era cálido y de buen gusto,
conectado con una barra a una cocineta integral muy bien organizada junto a la
cual había una puerta entreabierta tras la cual se divisaba una amplia habitación
que debía tener un baño anexo.
Ella le ofreció una copa de vino y ambos se
sentaron en uno de aquellos cómodos sofás. Antonio le expreso su agrado por el
buen gusto que denotaba aquél lugar. Ella depositó su copa sobre la mesa, se
puso en cuclillas sobre el sofá y atrajo con suavidad la cara de Antonio
estampando sus labios sobre los de Antonio. Comenzó así el anochecer, Antonio
sintió la paulatina relajación en todo el cuerpo, se dejó ir y experimentó una
gama enorme de sensaciones mientras Sirenia le desembarazaba de la ropa y
realizaba extrañas caricias en cada palmo de su piel, no hubo espacio que no
tocaran aquellas manos en las que adivinaba alguna crema o pomada. Acto seguido
ella se quitó la ropa con prisa y pudo advertir, o sería mejor decir, que pudo
admirar un cuerpo espectacular. Ella volvió a llenar las copas y acercó una de
ellas a los labios de Antonio, derramando su contenido por todo el cuerpo de
aquel hombre cuya piel comenzaba a hormiguear y cuyo sentido de la vista se
perdía en un vértigo de gradual obscuridad, no así las sensaciones
arrebatadoras de aquellas curiosas y extrañas caricias sobre todo su cuerpo. Sirenia
se montó sobre el cuerpo de Antonio e introdujo el miembro erecto en la vagina,
eso disparó la mente de Antonio que jugaba con él, una brutal gama de imágenes
extrañas surgieron de la nada, dragones, valles que sobrevolaba sin cuerpo
alguno, cuevas en las que se introducía con velocidad y llevaban a confines
extraños, paisajes de bóvedas de cielos violáceos, mares obscuros en la
lejanía; dragones que le acompañaban en ese vuelo incorpóreo. Pasaba de un
calor infernal al frío, la piel y el vientre se convulsionaban con latigazos de
energía. Seres de luz en reunión bajo los bosques de árboles con follajes
naranjas y rojos, paisajes inconcebibles, ciudades, pueblos y valles bajo y sobre
su cabeza…
* * *
Abrió los ojos, el corazón le latía con velocidad.
Estaba tumbado en el sillón del recibidor, desnudo. Se sentía apaleado. Respiró
profundo y regresaba a un estado digamos normal. Se incorporó y entendió que
estaba solo en aquel lugar. Recogió su trusa y pantalón y comenzó a vestirse.
Trató de recordar cómo había llegado allí, repasó cada detalle, la imagen de
Sirenia, desnuda le provocó de nuevo una excitación. ¿Qué diablos contenía ese
vino? Su mente se estabilizaba, entendía bien dónde se encontraba. Recogió del
suelo su camisa y un objeto llamó su atención, había un papel con algo escrito
sobre la mesa de cristal. Lo tomó y comenzó a leerlo:
«Antonio, o Luwe, que es tu verdadero nombre.
Quiero disculparme contigo por varias cosas. Me explico: primero que nada te
pido perdón por haber escuchado en forma deliberada tus pensamientos en aquel
café, lo confieso lo hice a propósito, pero tenía que saber si estabas bien con
esa nueva vida que tenías en el mundo humano. Tu mente me dijo que no era así.
Tú no sabes, por haber elegido irte a ese lugar en el que deseabas tener una
vida tranquila, distinta en tantas cosas al que vivías con nosotros, quien eres
en realidad. No lo recuerdas, porque eso es parte de las reglas para abandonar
este otro espacio. Ahora te sentí triste, desesperanzado, sin algo que diese un
sentido a tu existencia. Te confieso que me alegra haber hecho lo que hice
anoche. Te he extrañado tanto. Te ofrezco que puedas regresar con nosotros,
conmigo. Y sí, aquí hay tantas convulsiones que la vida está muy lejos de ser
tranquila, estamos siempre defendiendo nuestros espacios de las agresiones de
otros seres. Si así lo decides basta que vayas a la recámara y te pares frente
al espejo que hay en la pared, cierres los ojos y los abras después de unos
segundos, entonces veras este sitio de nuevo. Atraviesa el espejo, yo te
esperaré, si decides regresar, en el pequeño bosque bajo la colina azul, en
nuestro lugar de siempre. Te amo, Sirenia.»
* * *
-¿Es una broma? ¡Otro
mundo! No sé qué me habrá dado esa mujer en la bebida, pero esto es ridículo
-se dijo a sí mismo. Entró a la cocina, puso a calentar agua, buscó algo de
café, azúcar y esperó a que se calentase el agua lo suficiente. Su mente
volaba, sería acaso posible que sea real todo eso, no lo creo. Anoche aluciné,
no cabe duda, ¿será? Comenzó el hervor del agua, buscó una taza, se hizo un
café, le dio un sorbo revitalizador… ¿Será?
Abrió la puerta de
la recámara, no había muebles, no había tampoco entrada alguna a un baño. Que
extraño, una casa sin baño. Vio el espejo colgado del muro adyacente a la
entrada, frente a la ventana. Caminó unos pasos hasta encontrarse frente a él.
Nada raro sucedía, tomó un nuevo sorbo de café, el vapor que salía de la taza
hizo que cerrase los ojos mientras bebía. Los abrió de nuevo, se vio a sí mismo
solo que detrás de él había un valle, bosques y montañas, como en una película
de ficción, una escena de un paisaje encantador. Le entró la duda, ¿que vería
si miraba detrás de él? Lo abrazó el temor, pero decidió hacerlo, girar la
cabeza… la ventana y afuera la ciudad de Buenos Aires. Volvió a ver el espejo,
seguía estando allí ese paisaje de cuento de hadas. ¿Qué hacer? Acercó la mano
a la superficie del espejo y ésta lo atravesó. Respiró hondo y se dijo «Vámonos
de aquí» mientras atravesaba con todo el cuerpo el espejo...
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